La niña que veía diferente

A los ojos de un adulto amargado, la manera en que yo veía al mundo cuando era niña, podría parecer digno de llamar a un hospital psiquiátrico… o quizás no, porque mucho de lo que viví, lo viví dentro de mi cabeza. Contar las letras de las palabras, mirar al cielo en búsqueda de las miradas que sentía, o simplemente, no disfrutar de una película de princesas de Disney. 

Desde un punto de vista intelectual, fui lo que muchos dijeron: “una niña muy madura para su edad”, “una niña muy inteligente”, “una niña muy estudiosa”, e incluso “muy rara”. Fui una estudiante que disfrutó de su estancia en la escuela, mi mente se sentía útil, estimulada y entretenida. Para mí, estudiar era, por un lado, aprender e integrar conocimientos y, por otro lado, memorizar información que nunca iba a utilizar (como saber en qué año se fundó una institución que ni siquiera sabía qué cosa era). 

Esa cualidad de buena estudiante me llevó a ser la soplona favorita de las profesoras, siempre dispuesta a seguir las normas morales del buen comportamiento, y por lo tanto, a acusar a los niños que eran fastidiosos, gritones y “mal portados”. Fui recadera en mis ratos libres cuando terminaba antes que los demás, mis ejercicios o exámenes; incluso, aún recuerdo el día que me mandaron a cobrar la tanda, sin saber qué significaba ello, pero sabiendo que significaba “tanga”…. Incluso fui la niña que le recuerda a la profesora que tiene que revisar la tarea para poder obtener retroalimentación de su desempeño. 

Fui la niña del mejor promedio y casi, fui campeona en un concurso de matemáticas a nivel Estatal, y digo casi, porque al final terminé por no participar. Sí, fui de esas “niñas buenas y perfectas”, pero por dentro, una historia diferente se desarrollaba. Una en donde la imaginación escaseaba, pero reinaba la percepción distinta de la realidad, lo que hoy algunos podrían denominar “neurodivergente”.

Ser una niña muy mental me llevó a ser introspectiva y ser introspectiva se tradujo en ser más bien asocial. No me gustaba tanto entablar amistad con otros niños porque mi interés no estaba en correr, gritar o jugar, sino en hablar de temas profundos de la niñez como qué superpoder nos gustaría tener o cuantas veces ya había alguien escuchado a “La Llorona” pasar. Y por supuesto, esos temas no cualquier niño valiente era capaz de compartir, por eso mi amistad de la infancia se limitó verdaderamente a Abi y Josúe, los otros niños locos que eran tan introvertidos como yo, pero a su vez, tan diferentes a mí, que no hacían más que nutrir mi cabecita de 6 años y sin duda, a mi alma.

No fue hasta la universidad que una de las que consideré como una amiga en aquellos años de enanez, me confesó que ella, junto con otras niñas, consideraban que yo “era muy alzada” y “me creía mucho” porque nunca hablaba con nadie y siempre estaba en mi mundo. Ese día, probablemente todos lo escuchamos pero muchos no supieron qué fue: fue mi corazón rompiéndose al escuchar eso. 

Pero no me agüito porque disfrutaba mucho de ser reservada (y aún lo hago), pero también sabía disfrutar de los juegos de niños, y más si eran entre mis primos, 3 niños con personalidades totalmente distintas y a veces, chocantes entre sí. Jugar a los cazamonstruos era algo que sin duda era mi 1 en el top de “los 10 juegos más divertidos de la niñez”, seguido muy de cerca por el juego de ser proxeneta de muñecas (perturbador, muy perturbador, lo sé. Pero es real). 

Los monstruos y el mundo paranormal eran algunos de mis intereses más profundos pero poco investigados. Ahora me doy cuenta cuánto me llegaron a proteger mis guías espirituales al hacer ciega a títulos de la biblioteca familiar como “el poder de la magia mental”, “tratado de parapsicología” y “metafísica 4 en 1”, dejándome al alcance sólo un ejemplar de “Leyendas y sucedidos del México Colonial”, el cual me produce un sentimiento delicioso cuando lo traigo a la mente con cariño. Sin duda, me libraron de ser más rara y asocial de lo que ya era… dejándome serlo ahora, cuando ya tengo más madurez para apechugarlo (pos ya qué). 

Y así como ese libro formaba parte de mi biblioteca personal (porque sin duda alguna, el hurto de la biblioteca familiar está justificado entre la misma familia, ¿no?), también formaba parte un libro infantil que me regaló mi hermana. Pero esa colección tan limitada me aburría muchísimo, por lo que me pasaba horas sentada en el escalón de un aparato de gimnasio doméstico hojeando revistas y libros en busca de algo del interés de una niña de 7 años. Y nada más interesante que mejor buscar en la colección nueva de mi hermana, encontrando algo sobre numerología; y nada más interesante que aprender a hacer los cálculos para saber cuál es el número de vida, nombre o destino, no los significados, sino, hacer los cálculos. 

¡Y benditos cálculos! Una cosa llevó a otra y terminé toda una temporada obsesionada con contar cuántas letras tenía una palabra que me llegara a la mente, hasta el punto de preocuparme por quedarme toda la vida priorizando saber cuantas letras componen a la palabra “letra”, o “casa”, o “anticonstitucionalmente”. Pero creo que esos cálculos valieron la pena cuando una niña me pagó $1 por calcular, desinteresadamente, su número de vida…

Recuerdo otro libro que llegó a formar parte mis favoritos más favoritos más top de la vida: el diccionario de la Real Academia Española. Sin duda alguna, el sumergirme en sus páginas formaba una experiencia de verdadero gozo, con su estructura tan única y su inacabable conocimiento contenido. No podía discernir si mi palabra favorita era “inusitado” o “vorágine”, y quizás el dilema siga hasta el día de hoy… 

Otra cosa que sigue hasta el día de hoy, es el recuerdo del día que, en un lectura grupal, de esas donde cada quien lee hasta el punto más próximo pero inicia la profesora, se diseminó como una plaga horrible el sonido “gomo”, atribuido a las gargantas que inocentes imitaban la pronunciación de lo que al parecer, era una palabra hasta ese momento desconocida para todos: “gnomo”. Como esos que habitan en el jardín, los campos y las praderas, como esos que estaban dibujados acompañando al texto.

Ese, fue uno de los momentos que más marcó mi infancia, pues mi lado “rebelde” y auténtico salió, pronunciando y glorificando la pronunciación correcta de esa palabra, pero obteniendo cero atención por parte los demás, que siguieron repitiendo la cacofonía como si sus mentes no encontraran algo “raro” en ese momento de error y redención grupal. Fui la única que lo notó, fui la única que lo sintió, fui la única que cuestionó silenciosamente a la autoridad… ¡Y se sintió tan mágico!

Ahora no estoy segura si ese fue, en sí, el primer momento en que tuve la noción de ser distinta o si antes ya había llegado esa idea a mi mente, pero sí que estoy segura de que experimenté más de esos momentos durante muchos episodios de mi vida, cuando miraba cómo el comportamiento de los demás, cuando estaban en masa, era distinto a cuando estaban por separado. O cómo adoptaban ideas sin fundamentos como verdades a medio entender (cosa, que claro, todos los humanos lo hacemos porque es parte inherente del humano, pero igual hay límites, ¿verdad?). 

Callada, observadora, analítica y siempre en mi mundo. Esa era yo de niña. La pequeña que disfrutaba de dibujar patrones geométricos del color del arcoíris en lugar de caballos con caritas felices; la que sentía (no creía ni pensaba), que estaba siendo vista por seres invisibles como en un reality show de mala calidad; la que daba un concierto privado para sí misma cada tarde regresando de la escuela; la que tejía prendas complejas en sus ratos libres (y ahora no me salen las formas básicas). 

Fui la niña más hermosa que me puedo imaginar, la más auténtica, la más diferente, la más valiente y la más divertida. Fui un tesoro en mi vida, uno que no quedó enterrado bajo la arena de alguna isla desierta de mi mente, sino que vive día a día en el presente esperando su turno de emerger para preguntarle a los demás: “oye, si tu fueses un alien, ¿me lo dirías?”.



Una respuesta a «La niña que veía diferente»

  1. Avatar de Lourdes Mendoza
    Lourdes Mendoza

    Gracias por haber desenterrado el tesoro el día de hoy y por compartir un poquito de tus recuerdos. Feliz día mi niña!!

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