Estoy demasiado harta del camino de la sanación. Experimento una sensación muy desagradable cada vez que alguien dice que “a eso vinimos a la vida, a sanar”. Estoy cansadísima de tener que preguntarme de cuál de mis ancestros viene tal o cual creencia limitante, o en qué momento se creó una herida en mí. Estoy fastidiada de las cartas a las distintas versiones de mí pidiéndome perdón por mis pecados. Estoy simple y sencillamente aburrida de tener que vivir mi vida desde lo que se ha convertido en el culto de la sanación.
I. El camino que me llevó al umbral
Hace poco más de 6 años experimenté una ruptura de corazón tan dolorosa que la vida dejó de tener sentido (el poco que tenía en aquel entonces). El dolor y el vacío, eran tan grandes que nada parecía poder llenarlo (el cliché de todos en su momento, supongo). Muchas lágrimas y llanto más tarde, me di cuenta que todo había pasado con la intención de que empezara a recordar el poder que habita en mí, para que me abriera a un panorama mucho más luminoso en donde la vida se desarrollaba bajo la magia del Universo.
Para ser sincera, no recuerdo exactamente qué fue aquello que me ayudó a salir de ese estado, además de una nueva ideología en donde la sanación era el primer paso para la liberación del alma que se mantenía cautiva bajo tantas capas de dolor y frustración. Sentirme tan renovada y llena de magia luego de haberme sentido tan rota, me motivó a estudiar técnicas y herramientas para ayudar en el proceso de otras personas.
Videos motivacionales de YT, charlas sobre el poder de sanar, “certificación” en ceremonias de cacao, idas al temazcal, ingesta de plantas medicina, aprender a hacer y administrar microdosis, inscripciones a cursos y talleres de diversos temas, técnicas de meditación, libros,círculo de mujeres y un diplomado en biodescodificación y otro más en hipnosis, me llevaron a lo que pensé que era mi verdadero camino. Las recompensas de sentirme cada vez más “expandida” eran fugaces, pero qué quería si siempre había algo más para sanar, cada técnica que hacía revelaba otra capa más profunda a tratar, como si de una cebolla se tratara.
Aún recuerdo la felicidad que sentía cada sábado, cada 15 días, al acudir a mi diplomado en Medicina Tradicional China, pues la guía tan mental y alternativa que me ofrecía mi profesor me parecían tan estimulantes como lo era la compañía de las hermosas mujeres que acudían a clase conmigo. Estar en ese grupo me inyectaba de una energía de “autenticidad” que mi mente ansiaba tanto que los otros 14 días parecían diluirse en la cotidianidad de no sentirse útil o realizada.
Supongo que fue entonces cuando el velo comenzó a caer, pues no pude terminar este diplomado porque renuncié a él después de que el instructor se aprovechara de la confusión mental que se creó, para vernos en topless a todas y cada una de las que conformaban ese grupo. Debo confesar que en ese mismo momento, aunque algo dentro de mí reconoció el error en ese suceso, mi ego se negó a creer en ello, justificando una falta de respeto como esa, con la excusa de que era parte del proceso, la técnica y que además, todo había ocurrido en un marco profesional. Gracias a Dios, mi ángel encarnado, mi pareja, me hizo ver que aquello no había sido correcto bajo ningún contexto.
Poco tiempo después el velo cayó por completo, pues mi vida pareció volver a entrar al abismo al que me había enfrentado 6 años antes. Nada de lo que había estudiado hasta ese momento me preparó para ver a mi sombra así de desnuda y expuesta frente a mí (como lo fue mi pecho para mi profanador elegido). Debajo de todas esas horas invertidas en “estudios espirituales” se encontraba una Yoshi totalmente desorientada, triste, enojada y sobre todo, frustrada por sentir que nada en la vida tenía un sentido real de trascendencia, oculta bajo el disfraz de superioridad moral espiritual (o ego espiritual, pa’ los cuates).
Entonces, comenzó otro ciclo de sanación. Pero esta vez, fue todo muy distinto, pues el mismo vacío que sentía me guió a encontrar lo que verdaderamente puso fin a todo sufrimiento en mi vida y me dio la herramienta clave que todo el tiempo estuvo en mi cabeza. Dejar que la luz y el amor entraran en mi mente (de una manera bastante literal, en realidad), pudo sostener el verdadero cambio que surgió después de 6 meses de constante esfuerzo de mi voluntad por creer en algo. 6 meses en lugar de 6 años me bastaron para darme cuenta que nunca estuve vacía, que nunca estuve rota, y que el estancamiento en el que estaba se perpetuaba con la idea de que siempre había algo nuevo por sanar, el pensamiento central que encontré en la mayor parte de estos círculos.
II.La cárcel dorada del sanar.
Qué sabio aquel que me dijo que todos tenemos dogmas cuando lo confronté por tener dogmas. Sin dudas, una cucharada de mi propia medicina, que además de amarga, me tocó tomar fría.
Como punto de salida, podemos definir a la sanación como un proceso mediante el cual una persona restaura su equilibrio interno, permitiéndole volver a estar disponible para las experiencias de la vida después de pasar por un evento doloroso, caótico o desequilibrante, en general.
Por otro lado, en este punto de la evolución humana, las palabras culto y dogma, han perdido su significado original, dejándonos como resultado que culto hace referencia a una devoción excesiva hacia una persona o idea, y que los dogmas son ideas que parecen ser verdaderas y se establecen como tal sin darle lugar a los cuestionamientos.
Simplemente con eso, podemos darnos una idea de los peligros que se esconden detrás de las ideas que en nuestra mente se ligan con estos términos, aún sin saberlo.
Para ser más claros: al referirme a la sanación como un culto, no lo hago generalizando a todo proceso psicoespiritual que lleve a un resultado real o no, sino al conjunto de creencias y prácticas que absolutiza a la sanación como una meta, un estilo de vida y/o una identidad del ser.
Anatomía de un culto invisible
Para comprender cómo la sanación puede convertirse en un culto (es decir, una estructura fija de creencias, prácticas y comportamientos que mantienen cautiva a una persona ya sea de manera psíquica, emocional, mental, e incluso física y económica), es útil detenerse a observar y analizar cómo existen ciertos patrones recurrentes que aparecen en el lenguaje, en las actitudes y dinámicas de quienes participan en este sistema, aún sin ser conscientes de ello.
A continuación, te comparto una lista de ideas, frases comunes, estilos de pensamiento y prácticas espirituales que, si bien pueden surgir de buenas intenciones, terminan funcionando como estructuras rígidas que sostienen el culto. Estas expresiones actúan como pilares culturales o simbólicos que consolidan la visión de que “vinimos a sanar” como propósito vital absoluto y transforman a la sanación en una identidad permanente que lejos de darle lugar al alma, la atrapan dentro de una cárcel dorada.
Narrativa totalizante.
Voltear a vernos y darnos cuenta que necesitamos reparaciones en nuestra armadura física, mental, emocional, espiritual, etc., es total y absolutamente necesario para el desarrollo del humano, pero cuando la narrativa interna comienza a girar en torno a que todo en tu vida es/fue/será un trauma, un evento canónico, una puerta sin cerrar y que hay que regresar una y otra vez al pasado para poder mejorar el presente, la misma sanación se vuelve patológica al volverla la prioridad de nuestra vida.
Promesa infinita.
Desde esta ideología, siempre hay algo nuevo para sanar porque cada proceso devela una capa nueva y más “profunda” que necesita nuestra atención. La vida es como una matrioska infinita de heridas y traumas que requieren de nosotros para poder cerrarse y que podamos continuar con nuestra vida desde un nivel más “elevado”, el cual tendrá que mantenerse en pausa porque ese último proceso reveló algo que una vez más, engancha nuestra atención para ser vertida en nuestra sombra.
Anclaje al pasado y/o a la sombra.
Desde esta perspectiva, en donde la sanación se vuelve un estilo de vida, mantener la atención fija y constante en las heridas emocionales que una vez tuvimos es una regla. Pero hay que recordar que nuestros procesos cognitivos no nos permiten poner nuestra atención a dos focos al mismo tiempo, por lo tanto, cuando la prioridad es mirar a la sombra que nuestros dolores mantienen viva, no podemos usar nuestra propia vida para enfocar una realidad más luminosa, en donde la felicidad sea la guía. Nos volvemos de piedra ante la idea de realizar nuestros sueños porque el dolor que se sigue perpetuando con nuestra atención constante, nos impide avanzar, movernos y usar nuestra imaginación para crear esa realidad, haciéndonos creer que para dar ese paso que da miedo, necesitamos primero “trabajar” en ese miedo. Nos encadenamos al pasado, a la sombra y al dolor, buscando técnicas y métodos para “liberarlo”, pero nada se hace para sostener los avances reales que nos arroja la luz de la consciencia.
Lenguaje de detox infinito
Otra de las narrativas que me encontré constantemente en estos grupos donde se confunde a la sanación como una meta fija y no como una estación de recarga, fue la de estar todo el tiempo “cargados”, “sucios” o “bloqueados” por prácticamente cualquier situación “negativa”, yendo desde el contagio del mal humor de las personas en la calle hasta los sucesos traumáticos que vivieron nuestros ancestros. Esta narrativa hace que nuestra relación con nuestro cuerpo y nuestra mente y emociones se debilite, pues lo único que se perpetúa es la idea de que los procesos naturales de depuración no son suficientes o no hay confianza en que trabajen adecuadamente para que solos realicen el trabajo de purificación y limpieza.
Identidad centrada en la herida.
La identidad se refiere al conjunto de ideas, creencias, emociones y experiencias con las que una persona se reconoce a sí misma, es decir: “soy ese”, “sí soy”, “me define”, “yo soy así”, etc. Tener identidad no es malo, no es negativo y por el contrario, puede ayudarnos a cimentar la mejor versión de cada uno; el problema ocurre cuando la identidad se vuelve rígida alrededor de la idea de estar permanentemente herido. Nos limitamos en las experiencias nuevas, pues antes de enfrentarnos a ellas, debemos pasar por un “proceso” para sanar algún impedimento. Así, no nos atrevemos a hablar en público porque cuando éramos niños se burlaron de nosotros.No podemos usar alguna prenda que nos guste porque alguien nos dijo que era fea. No vivimos el día a día porque nuestra mente vuelve una y otra vez al diálogo mental de estar herido: “¿por qué mis padres no me amaron como yo quería?”, “¿en qué momento viví un rechazo tan grande como para no confiar en los demás?”, “no puedo dejar ir este dolor”, etc.
Moralización del dolor
El dolor en sus distintas manifestaciones, es una experiencia humana transitoria que puede enseñarnos mucho, pero que se ha convertido en una especie de medida de valor moral y personal. Esta idea existe incluso en ámbitos fuera de estos círculos “espirituales”, pues es creencia popular que aquellos que sufren más, merecen más.
Moralizar el dolor quiere decir que estas experiencias pasan a verse como una virtud o un tipo de superioridad espiritual, la cual pareciera otorgar de manera automática sabiduría y expansión. Y hacer esto se puede tornar peligroso, pues pasa de ser una experiencia no grata, a ser un mecanismo de falso desarrollo, llegando a justificarse, perpetuarse o incluso, buscarse inconscientemente para seguir con el “crecimiento personal”
Productivización interna
Así como se puede vivir estrés laboral, también se puede vivir estrés espiritual. Ocurre sobre todo cuando los esfuerzos internos y externos giran en torno a medir el “avance” interior. Y así como ocurre con las personas adictas al trabajo, por ejemplo, el darle lugar a un espacio de descanso puede resultar muy desafiante e incómodo porque la mente activa el diálogo interno en donde sentimos que “desperdiciamos” el tiempo en lugar de ser productivos y seguir avanzando internamente.
Esto, por un lado, hace que la culpa ocupe un lugar prioritario a la hora de quitar el enfoque de aquellas cosas que se ligan a la sanación, pues la idea de no ocupar el tiempo para seguir “trabajando” hace que la auto-culpa comience a gritar cada vez más fuerte para llamar nuestra atención.
Además de esto, cuando los esfuerzos internos y externos están enfocados en el “avance espiritual”, frecuentar entornos en donde la sanación sea la guía, se vuelve imprescindible, así, los cursos, talleres, diplomados, círculos, etc., se tornan nuestro principal medio de socialización. Esto en sí, no es malo, pero cuando no se está atento de no caer en este culto, las personas que frecuentamos también reflejan esa presión interna por crecer más y más.
Autoridad difusa
Derivado un poco del punto anterior, está el hecho de que ahora con la globalización que nos ofrece el internet, los “maestros” que tenemos disponibles no siempre son de la mejor calidad y con ello, los aprendizajes se vuelven difusos y se convierten en una distorsión de la verdad.
Todos tenemos algo para decir, para aportar y compartir. Todos tenemos sabiduría derivada de nuestros conocimientos, experiencias y revelaciones, pero cuando no la compartimos con la misma sabiduría, es muy fácil que la autoridad que nos dan esos conocimientos, se esfume con facilidad. Así, tenemos actualmente, las redes sociales plagadas de “gurús”, “maestros”, “guías”, que realmente no han pasado por procesos reales y que por lo tanto, no tienen la autoridad espiritual para guiar a las personas hacia una verdadera sanación. Son solo personas repitiendo su propia versión de información que retuvieron pero que no integraron.
Mercado emocional
De los dos puntos anteriores podemos sacar este. Por lo general, las personas que se encuentran dentro de este culto, aún sin saberlo, son guiadas por su alma para encontrar un “alivio” real al dolor o el vacío que sienten por dentro, pero a pesar de ello, no son capaces de darle el lugar prioritario al alma, siendo así que la mente ocupa todo el foco y se encarga de mantener anclado al ser, a esa búsqueda.
Bajo esa desesperación es fácil que las personas sin moral que buscan aprovecharse de ese dolor, hagan sus esfuerzos por llevarse un tanto de ello en el ámbito económico (e incluso en el energético como lo que se conoce como “vampiros energéticos”).
En lo personal, puedo dar testimonio de ello, pues varios de los cursos que tomé, no tuvieron la calidad en el contenido que yo esperaba, por lo cual sentí que sólo buscaban lucrar con mi sed espiritual. Y mi profanador elegido fue testimonio de cómo operan esos llamados vampiros energéticos.
Dependencia del sanador o guía
Este rasgo es sobre todo frecuente en la vida cotidiana con las consultas psicológicas. No hace falta estar inmerso en un culto para ver que este rasgo se presenta de manera cotidiana incluso en la población general. Así, las personas caen en la dependencia de alguien que las guíe, que las valide o que, por lo menos, las voltee a ver.
Invisibilización de la vida ordinaria
Un rasgo de la verdadera sanación es que nos abre la puerta de la percepción para experimentar la vida cotidiana desde otra perspectiva, una más ligera, pacífica y agradable. Pero cuando se habita en un contexto ideo-patológico de sanación, la vida del día a día pasa a ser un incordio, una incomodidad y algo que simplemente se busca evitar, ya sea por la búsqueda de ese “subidón energético”, por evitar la soledad, o por el motivo que sea. Las tareas cotidianas de la vida están ahí como un recordatorio de nuestra propia naturaleza humana y huir de ellas, tan sólo demuestra la falta de sensibilidad hacia uno mismo.
El niño interior convertido en rehén del proceso
Desde un punto de vista real y útil, sanar al niño interno es un proceso que sí que deberíamos realizar, pero existe una delgada línea entre sanarlo y mantenerlo como rehén de un proceso que no lleva a ningún lado. Sobre todo, he visto que cuando alguien detecta una creencia limitante, quiere llegar a la “raíz” que debería estar en la infancia, para así quitarla de ahí. Pero la mente no funciona así, pues las redes neuronales que mantienen viva a esa creencia seguirá estando ahí aún si podemos encontrar el momento exacto de la “implantación”. Muchas veces he pasado por este proceso en donde mi niña interna sufre más al tratar de recordar e “integrar” una nueva verdad, que al aceptar que no todo lo que vivió fue de su total agrado y cambiarlo desde el presente para no seguirlo perpetuando.
Una espiritualidad que infantiliza en lugar de empoderar
Hay algo que resulta cada vez más evidente para mí, y es que el mundo espiritual, al emerger de manera tan rápida, espontánea y “caótica”, pierde el contacto con el principio espiritual masculino. De esta manera existe una polarización excesiva hacia el lado femenino: lo intuitivo, lo emocional, lo vivencial, lo meramente sensorial. Sin embargo, el principio masculino que rige el mundo se pierde porque no hay una capacidad real de raciocinio sagrado, de discernimiento y claridad mental. Esto provoca que las personas se queden varadas en un estado de infantilización e inmadurez espiritual.
Así, se prioriza a la canalización emocional y se intercambia el estudio profundo de las tradiciones espirituales por la información (de mala calidad) que se ofrecen en este tipo de ambientes. Como consecuencia se tiene un desarrollo personal “cojo” en donde se glorifica a la ingenuidad como símbolo de pureza, haciendo que las personas se vuelvan vulnerables ante la manipulación silenciosa de los dogmas que se esconden en las prácticas neo espirituales, ante la manipulación emocional que ofrecen instituciones u organizaciones que parecen ser de luz, y sobre todo, se pierde la capacidad de creación de una cosmovisión o filosofía propia que sirva de guía interna.
El mandato de soltar y la cultura de la carencia.
Uno de los aspectos que más conflicto me ha causado y que, por lo tanto, he analizado con detenimiento, es la idea de que “hay que soltar”, “dejar ir”, “fluir”. Aunque este principio es liberador por sí mismo, el enfoque constante en esta idea provoca que la psique se acostumbre a manejarse bajo esta instrucción constante e incluso, hipnótica.
Refuerzo esta idea con el punto anterior, pues cuando se carece de una verdadera madurez intelectual y espiritual, resulta más difícil determinar qué es lo que es realmente necesario soltar y cómo es preciso dejarse fluir. Si no ha habido un espacio real para encarnar el principio masculino, las experiencias que llegan para quedarse, tambien son soltadas y las experiencias que son necesarios de soltar, pero que son difíciles de hacer, se quedan y se perpetua la idea de que hay que fluir en ese malestar.
La mente se acostumbra a vaciarse, pero nunca a llenarse. Se pierde la capacidad de retener las experiencias valiosas en la vida, los vínculos verdaderos y la abundancia material que está lista para ser reclamada.
La mente se acostumbra a operar bajo la lógica de dejar ir, de soltar, y se pierde la capacidad de retención. Esto lo he visto manifestarse en el plano físico bajo la forma de carencia económica, vincular, física, etc.,
Paradójicamente, en nombre de la “sanación” se termina rechazando todo aquello que requiere compromiso, permanencia, estructura, elementos que también conforman al alma.
Riesgos y consecuencias
Así, enumerados los rasgos psicológicos que cimentan al culto de la sanación, tenemos los riegos que conlleva alistarse entre sus practicantes
- Psicológica
En esta dimensión, las personas se vuelven dependientes tanto de los métodos y prácticas, como de la recompensa fugaz que surge cada vez que se “libera” un trauma. La personalidad gira en torno a las heridas y la sombra del ego, en lugar de la luz y el amor que se habrían obtenido de dichos procesos. El alma, se vuelve rehén de una ideología que procura mantenerla “a salvo”, limitando la verdadera expresión de nuestra capacidad de Ser.
- Relacional
Los círculos sociales que se crean bajo este culto, por lo general, mantienen conversaciones que sólo giran en torno a un mismo tema: la sanación. Se comparten técnicas, métodos, experiencias, anécdotas, todas bajo el mismo tema. No existe una retroalimentación verdadera, pues siempre los consejos, recomendaciones y exhortaciones serán hacia una nueva herramienta que podría ofrecer solución a un nuevo “problema” o herida surgida de la última capa que se liberó.
- Creativa
Una mentalidad que gira en torno al relato de la herida busca maneras de liberación y reparación, pero no de creación. En ese sentido, la capacidad de creación puede verse afectada, no sólo desde el punto de vista del arte y la expresión, sino incluso, de la habilidad de creación de la realidad física a través de la imaginación e integración.
Además de esto, seguir metodologías y técnicas establecidas, punto por punto, limita el espacio de juego del alma. La innovación no ofrece un punto para el estímulo del alma, pues la mentalidad se enfoca en “hacerlo bien”, para “liberar mejor”, y no en explorar nuevas maneras de experimentarse en el mundo.
- Económica
Esta dimensión puede resultar algo obvia para las personas que miran desde el exterior, pero no siempre lo resulta para las personas que inconscientemente, están dentro de este culto. La necesidad constante de actualización de la información, de nuevos métodos, de acompañamientos y gurús, hacen que la economía personal se enfoque en un solo punto. Esto puede ser más o menos problemático dependiendo de la persona (y por lo tanto, más o menos evidente), pero continuamente el gasto se hace sin tener una evidencia sólida de los posibles resultados.
- Ética
Este punto podría resultar el menos visible o evidente de todos, pero sí que está fundamentado en las prácticas actuales. Con esto me refiero a la apropiación superficial de tradiciones o su banalización. Va de la mano con el surgimiento de falsos maestros y gurús que hacen mal empleo de conocimiento sagrado para su explotación personal o bien, por mera desinformación inintencional. Cursos rápidos para aprender a poner acupuntura, para ofrecer ceremonias sagradas, para ser “chamán”. Tradiciones que toman tiempo, dedicación y estudio, se presentan al alcance de cualquier persona que se atreva a autodenominarse portador del conocimiento sagrado.
Después de analizar estos puntos, ofrezco una lista de indicadores que podrían evidenciar que, sin intención, te enlistaste en la filas que rinden culto a la sanación.
- ¿Siento culpa al no “avanzar” o “procesar” algún evento?
- ¿Pospongo proyectos con la intención de estar complemante listo?
- ¿Las temáticas conversacionales de mi grupo social girarn en torno a “trabajar temas”?
- ¿Mi identidad se fundamenta en mis heridas o procesos?
- ¿Consumo más contenidos sobre sanar que experiencias creativas o vitales nuevas?
Finalmente, frente a este panorama, la sanación no deja de ser real, pero existe otra forma de habitarla…
III. Sanar de verdad: una estación, no un altar.
Después de exponer los puntos principales que dan pie a que la sanación sea vista como un culto y no como una herramienta, quiero pasar a dar una reinterpretación de lo que sanar ha sido y ha representado en mi vida, sobre todo en este último proceso que me trajo hasta este punto.
Si bien, todos tenemos heridas emocionales que surgieron en algún momento del pasado, no somos esas heridas. No somos las experiencias que vivimos, por más agradables o desagradables que hayan sido. Eso es tan sólo una parte de todo el conjunto maravilloso que nos compone.
He aprendido que mirar una herida, una creencia limitante, una idea dolorosa, es un proceso necesario para hacer un cambio real pero nada me ata a mirarla más tiempo del necesario, nada me impide soltar en el mismo momento en que lo reconozco. Por el contrario, me he dado cuenta que un proceso verdadero de sanación y cambio implica volverse para no mirar más ese dolor, por más que esté presente. Paradójicamente, entre menos hagamos por “soltar”, más rápido desaparece el dolor, siempre y cuando nos enfoquemos en retener la luz y el amor.
Nuestro yo, nuestro ego, se compone no sólo de sombras, también de luz. Y aprender a sanar de verdad implica tener los recursos necesarios para sostener esa luz, y aún mejor, para amplificarla y honrarla,
Hoy me doy cuenta, que para mí, sólo existe un único y verdadero “proceso”, que es justamente el de aprender a ver tu luz, honrarla y aprender que la sanación es una herramienta para pulir al alma, no para “cuidarla”,
Naturaleza dual del proceso de sanación
Una vez que hemos decidido que es momento de dejar atrás nuestras heridas y abrirnos a la expansión, es preciso reconocer que la sanación se compone de las dos energías básicas de la vida: femenina y masculina. Entender estos dos principios nos da una enorme ventaja para avanzar con confianza y “rapidez”. Esta dualidad puede verse en los pares “introspección-acción”, ”pensamientos-emociones”, “receptividad-entrega”, etc.
En la vida diaria, esta dualidad se puede reconocer fácilmente a través de los círculos viciosos internos que pasamos todos los días. Sin embargo, estos círculos no siempre son fáciles de reconocer, mucho menos cuando no estamos acostumbrados a habitarnos desde la conciencia.
Funciona de esta manera: las ideas que llegan con los pensamientos son enfocadas con nuestra atención, lo cual provoca que exista una emoción asociada, convirtiéndose en un sentimiento. Los sentimientos van en dos direcciones: los pensamientos en la mente y las emociones en el cuerpo. Si la mente sigue enfocando esas ideas, las emociones se siguen expulsando y experimentado en el cuerpo, y si el cuerpo se siente incómodo con las emociones, traerá a la mente pensamientos (sobre todo pasados o proyecciones futuras) relacionados con esa sensación. Pensamientos y emociones integran a la psique, pero reconocer que podemos modificar lo que sentimos y pensamos nos libera de esos círculos viciosos internos que muchas veces no vemos.
La verdadera sanación, entonces, se compone de dos partes: aprender a liberar las emociones pero también reeducar a la mente con paz, felicidad y luz para no volver a caer en uno de esos círculos viciosos o saṃskāra (en sánscrito). Paralelamente también funciona al revés: liberar los pensamientos que traen malestar y reeducar al cuerpo para sentir paz, contento y felicidad.
Hacia una espiritualidad madura
Hasta antes de reconocer que la sanación también puede convertirse en un culto y poner en orden mis ideas para escribir este ensayo, aún tenía un cierto conflicto con frases del tipo “estoy en el proceso”, “tengo que trabajar en ello”, etc., pues no hacían más que reforzar la idea de que hay un conflicto en la manera en que la población está entendiendo esa idea sagrada.
Ahora, después de sentarme a ponderar conmigo misma qué era importante compartir y qué podía prescindir, encontré que resignificar El Proceso o El Trabajo, es casi obligatorio. Por lo general, al usar estas frases se hace uso de un “comodín” para justificar la inercia, la evasión y/o la parálisis que atravesamos en algún punto de la vida, y son frases totalmente válidas si vienen desde un punto real para cada quien.
Sin embargo, es conveniente afinar la mirada en esta idea, pues más allá de estar en un proceso para cada situación que atravesamos en la vida, pasamos por un Proceso, un Camino, un Trabajo que nos lleva a un único fin: la iluminación. Entender que la iluminación no es exclusiva de unos cuantos y que no se refiere a un mundo místico en donde levitamos mientras meditamos, es fundamental para la verdadera sanación. La iluminación, en cambio, es un estado de la mente en la cual dejamos de estar en modo automático para habitarnos desde la presencia; por ejemplo, dejar de pedir en el restaurante el mismo platillo de siempre porque es lo que conocemos, para aventurarnos, desde la presencia, a experimentar algo nuevo (por más trivial que pueda parecer).
En este sentido, dejar de lado las definiciones dadas por el sentimentalismo espiritual y adoptar definiciones más aplicables a la vida diaria, apoyadas por las distintas disciplinas de la ciencia puede ser una ayuda estupenda para sanar realmente y empezar a vivir desde la sabiduría y la consciencia, no desde las fisuras.
Entonces, la verdadera meta es en realidad, la Iluminación. Que entendida desde un aspecto más neutral, amigable y aplicable, es domar a la mente para usarla como lo que es: el sexto sentido con el que percibimos nuestra realidad (más amorosa y sabia), y no como un generador de sentimientos de odio, rencor, tristeza y emociones nos llevarán a experimentar la necesidad de volver a «soltar», de pasar por otro proceso de sanación y de seguir afiliado al culto de la sanación.
La vida después de la sanación
Por mucho tiempo, se valoró a la sanación como una meta que todos deberíamos alcanzar. Paradójicamente, la incapacidad de reconocer que todos debemos pasar por ese proceso hizo que la sanación se volviera justamente eso: una meta y no un camino para el desarrollo. Hubieron muchos avances para llevar a la humanidad a un punto en donde cada persona se encontrara frente a ese camino y decidiera (o no) adentrarse a él. Se normalizó la visita a los psicólogos, se desarrollaron nuevas y más eficientes herramientas, se habló del tema y se empezó a integrar una nueva perspectiva, pero, a mi parecer, se olvidó añadir que hay vida después de la sanación.
Desde un nivel mucho más elevado de consciencia se puede reconocer que la identidad con el cuerpo, las emociones, los sentimientos y la mente, son solo estaciones de paso que nos llevan a nuestra verdadera naturaleza: la consciencia misma. Asumirnos como observadores que moldean la realidad nos otorga una idea mucho más valiosa: la sanación no versa sobre las heridas, sino sobre nuestra capacidad de sostenernos en la Luz y el Amor que guían y protegen a todas las realidades.
Nota para trabajadores de luz
“No vivas de la medicina, vive con la medicina: quien vive de ella se enferma; y cuando no pueda atender, tampoco podrá sostenerse.”
Este ensayo no pretende enjuiciar a nadie, tan sólo arrojar luz sobre una sombra que cada día parece hacerse más grande con cada persona que busca una liberación del dolor.
Y acompañar en el proceso de otras personas es un acto tan noble como necesario. Honrar el oficio es esencial para el verdadero avance de la especie humana. Pero no debemos perder de vista que esto no implica estancarse junto con los problemas y dolores ajenos, por “mejor” que manejemos este oficio.
La sanación no es tu identidad, es tu herramienta de trabajo y de servicio. Y como tal, tan sólo representa una pequeña parte de quien eres realmente. No todos tus esfuerzos deben vertirse en este camino, no todos tus rituales ni tus intenciones deben seguir este camino porque a fin de cuentas, este oficio es tan sólo un escalón más en el desarrollo de tu vida. Viniste a servir, sí, pero también viniste a avanzar para convertirte en un verdadero maestro, aquel que enseña a sostener la luz, a mirar la sombra sin miedo y a enseñar a quienes se convertirán, como tu, en verdaderos maestros.
Es por ello, que el llamado es hacia cultivar tu consciencia, no hacía seguir “sanando”. Para ello, es necesario adoptar un compromiso verdadero con los estudios espirituales, y para ello, es necesario atravesar la incomodidad y salir de tu zona de confort. No basta con ver/escuchar videos de YT, ni coleccionar piedras o asistir a cada temazcal.
El verdadero esfuerzo está en cultivar la consciencia desde aquello que permanece vivo desde miles de generaciones atrás, adentrarse en las distintas corrientes de pensamiento (cristianos, estoicos, hermetistas, sufistas, budistas, etc.), aún y cuando creamos que no hay nada para nosotros en estas tradiciones.
El sanador, en particular, debe integrar su propio laboratorio interno, ese espacio donde comienza la ciencia personal que observa, experimenta y verifica la información que es verdaderamente relevante. De otra manera, el acompañamiento de un alma confundida se vuelve un proceso en que se recluta para mantener vivo el culto de la sanación.
En conclusión:
El camino de la sanación y la búsqueda espiritual no puede quedarse atrapado en un ciclo interminable de “procesos”, sino que nos invita a reconocer un Proceso único, profundo y personal hacia la iluminación. Para recorrerlo con autenticidad es necesario trascender la simple acumulación de información o espiritualidad superficial (pop), y poner en práctica lo aprendido a través de una ciencia personal que integre tradición, experiencia y conciencia. Así, dejamos de vivir condicionados por las fisuras y comenzamos a vivir desde la sabiduría, recordando que el propósito de toda enseñanza, ya sea científica o espiritual, es liberarnos hacia la claridad y la luz que ya habita en nosotros.

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